Espace Perecito



Si una persona cualquiera decide, o debe imperiosamente, irse a vivir a un país de habla diferente, lo primero que debe hacer es adquirir un amplio glosario de malas palabras y conocer su utilización. Luego, hay que esmerarse en pronunciar correctamente en la lengua que corresponda palabras como "comida", "vino", "cerveza", "no entiendo" y alguna que otra más. El resto, con una sonrisa y un montón de señas se soluciona. Si tiene la suerte de ser originario de algún país angloparlante, hispanoparlante o francoparlante, tiene el camino allanado hacia la felicidad: siempre, hasta en los lugares más remotos, va a encontrar a alguien que estudió su lengua o que tiene familiares del mismo origen o, por lo menos, parecido. Ahora, si maneja la lengua alemana o coreana, ya empieza a complicarse. Chino, sólo para hacer las compras en los supermercaditos de Argentina. Serbio o checoslovaco, mejor quédese en casa o tome algún curso de idiomas por correspondencia.
La etapa siguiente es aprender las costumbres del lugar. Por ejemplo, si usted está manejando un automóvil por alguna callecita monona de Francia y se topa con un semáforo en luz roja: deténgase inmediatamente, no lo dude un microsegundo. Si ocurre lo mismo en Pergamino, mire hacia todos los lados y si no intuye la posibilidad de existencia de algún agente del orden, continúe, previamente habiéndose asegurado de no colisionar con otro vehículo. En Italia, asegúrese usted de no ser colisionado por otro. En Avellaneda, acelere a fondo y no se detenga ante nada.
Situaciones cotidianas a tener en cuenta, como ésta que acabo de ejemplificar, hay miles. Conocer o reconocer las sutiles diferencias de costumbres es importante. Recuerde que existe un mundo a descubrir después de los límites de Puente Crucecita o de Enval.
En una ocasión, estando en Francia - mire que estupidez voy a contarle, pero lo importante que es estar alerta - fui invitado a cenar a una casa de familia. No seriamos más de siete.
En un momento de la cena sirvieron ensalada. Hojas de lechuga sin ningún condimento. Previsor, relojeé (se escribe así según la RAE) que hacían los otros comensales. Cuando llegó la ensaladera a mis manos hice igual que los demás, como si lo mío, desde mi más tierna infancia, fuera comer pasto cual conejo que, rostro al viento, retoza libre por los verdes prados.
Puse cuatro hojas en el plato y corté meticulosamente en forma perpendicular. Sin poder ni siquiera pestañear, el dueño de casa me tomo por sorpresa ofreciéndome un pocillo de cafe lleno de vinagreta, un aderezo compuesto de aceite, vinagre y mostaza que alguna vez había cruzado formando parte de la cena en un viaje en avión y al cuál utilicé para untarlo en el pan. No sabía muy bien su uso, pero el potecito no era muy grande y no me pareció que sirviera para otra cosa. Además, en la soledad de mi asiento de un Airbus A330 a 33.000 pies de altitud, la combinación me pareció genial.
Estaba yo con el pocillo de cafe en mi mano izquierda y la diestra a punto de partir en dirección a la panera, cuando repentinamente mi sentido de supervivencia se puso en alerta: ¡Para Perez! Mis ojos reclamaron inocentemente a los presentes para qué era ese mejunje. Gentilmente y sonriendo me hicieron señas explicándome que era para poner sobre la ensalada. Mientras devolvía la sonrisa agradeciéndoles y haciéndoles cómplices de mi ignorancia y sintiendo dentro mío que el ego se ensanchaba - Bien, Perez, cómo la dibujaste. Casi te mandas una cagada, pero zafaste - vertí todo el brebaje del pocillo de cafe sobre mi plato, apoyándo luego el objeto vacío sobre la mesa. Concentrado en no derramar una gota sobre el mantel al realizar la operación de humedecer toda la ensalada con el susodicho líquido, no me di cuenta del real efecto que había causado mi acción. Al momento de percibir el silencio abrumador que se había instalado en la mesa, ya el anfitrión había tomado el pocillo y se retiraba en dirección a la cocina. Al principio entendí que algo había sucedido, ¿pero qué? Oh, sorpresa, cuando lo veo volviendo con el pocillo nuevamente lleno.
La sustancia giraba en torno a la mesa de mano en mano luego de que mis compañeros de velada ponían 2 o 3 cucharaditas máximo sobre sus verdes ensaladas. Mi ego se desplomó, había bajado la guardia por vanidad y la realidad de mi ignorancia en el arte de la mesa me dio un cross a la mandíbula. Regodeándome en el triunfo de una batalla, perdí la guerra.
Se deben haber preguntado de dónde salió éste salvaje. Deben haber sentido esa mezcla de lástima, temor y odio, como aquella vez que en los jardines de la casa de Saint-Exupéry, para un evento donde proponían un encuentro con la Argentina, vi como un galo originario hacía un asado con llamas de dos metros de alto.
Los choques de civilizaciones son duros. Para evitarlos hay que estar vigilantes. Aunque estar muy atentos, siempre es poco.
Pero, ¿qué hacen los estados para solucionar esta problemática social? En Francia obligan a los extranjeros a tomar cursos de instrucción cívica para enseñarles unos valores republicanos que nadie respeta.
Así fue cómo me informé de por qué los colores de la bandera francesa (el blanco curiosamente representa la monarquía, ¿alguien me lo puede aclarar?), de la existencia de los derechos humanos (aunque existen diferencias en el concepto de humano. P.E.: los roms o gitanos, ¿son humanos?), de la división política de la Auvergne y, entre otras cosas que obviamente ya olvidé, me presentaron a la Marianne, esa señora que representa la libertad, la del gorro frigio y la bandera en alto en su mano derecha que dirige al pueblo hacia la liberación con las tetas al aire. Respecto a éste punto debo confesar el alto grado de envidia que les tengo a los franceses. Tenemos a Maradona, a Perón, a Evita, la mejor carne del mundo, el mate, el dulce de leche, podemos creernos ser los mejores en cualquier cosa, pero una mina "poniéndole el pecho" para lograr la libertad del país : eso no tenemos.
Al mismo tiempo en que el Estado francés me desasnaba e intentaba hacer de mí un hombre útil para la sociedad, los diarios mostraban cómo un montón de payasos denigraban, insultaban y sodomizaban a una sociedad desmayada y otros seres mutilados de cerebro y corazón aplaudían con fervor al rey clown.
Mi pobre cabecita de adolescente eterno no lograba comprender y se imaginaba a la Marianne perdida por las calles de la ciudad, sola, desahuciada, con sus gomas ofrendadas al mundo sin que nadie se las mire, ni concupiscente ni por curiosidad, porque sólo tienen ojos para sus pantallas hipnotizadoras.

Si une quelconque personne décide, ou doit impérieusement, aller vivre dans un pays de langue différente, la première chose qu'elle doit faire, c'est acquérir un vaste glossaire de gros mots et connaître leur usage. Ensuite, elle doit s'appliquer à prononcer correctement dans la langue correspondante des mots tels que "nourriture", "vin", "bière", "je ne comprends pas" et quelques autres. Le reste se résout avec un sourire et un tas de signes. Si cette personne a la chance d'être originaire d'un pays anglophone, hispanophone ou francophone, son chemin vers le bonheur est sans encombre : elle rencontrera toujours, jusque dans les endroits les plus reculés, quelqu'un qui a appris sa langue ou qui a de la famille de la même origine ou, au moins, semblable. Mais, si elle manie la langue allemande ou coréenne, ça commence à se compliquer. Chinois, seulement pour faire les courses dans les petits supermarchés d'Argentine. Serbe ou tchécoslovaque, mieux vaut rester à la maison ou prendre un cours de langue par correspondance.
L'étape suivante consiste à apprendre les mœurs du coin. Par exemple, si vous êtes en train de conduire une automobile dans une mignonne petite rue de France et tombez sur un feu rouge : arrêtez-vous immédiatement, n'hésitez pas une microseconde. Dans la même situation à Pergamino, regardez de tous côtés et si vous ne pressentez aucune possibilité d'existence d'un agent de l'ordre, continuez, après vous être préalablement assuré de ne pas percuter un autre véhicule. En Italie, assurez-vous de ne pas être percuté. À Avellaneda, accélérez à fond et ne vous arrêtez surtout pas.
Des situations quotidiennes à prendre en compte, comme celle que je viens d'exemplifier, il y en a des milliers. Il est important de connaître ou reconnaître les différences subtiles entre les mœurs. N'oubliez pas qu'il y a tout un monde à découvrir au-delà des limites de Puente Crucecita ou d'Enval.
Une fois, en France - voyez comme c'est bête ce que je vais vous raconter, mais comme c'est important d'être sur ses gardes - j'ai été invité à dîner chez une famille. Nous ne devions pas être plus de sept.
À un certain moment du repas, on a servi de la salade. Des feuilles de laitue sans aucun condiment. Prévoyant, j'ai regardé du coin de l'œil ce que faisaient les autres convives. Lorsque le saladier est arrivé entre mes mains, j'ai fait comme tous les autres, comme si c'était mon truc, depuis ma plus tendre enfance, de manger de l'herbe tel un lapin, museau au vent, batifolant librement à travers les vertes prairies.
J'ai mis quatre feuilles dans mon assiette et les ai méticuleusement coupées perpendiculairement. Sans même avoir eu le temps de sourciller, le maître de maison m'a pris par surprise en m'offrant une tasse à café pleine de vinaigrette, assaisonnement composé d'huile, de vinaigre et de moutarde que j'avais rencontré une fois, faisant partie du dîner d'un voyage en avion, et dont je m'étais servi pour tartiner le pain. Je ne connaissais pas très bien son utilisation, mais le petit pot n'était pas très grand et ça ne m'avait pas l'air de servir à autre chose. De plus, dans la solitude de mon fauteuil d'Airbus A330 à 33000 pieds d'altitude, cette combinaison m'avait paru géniale.
J'avais donc la tasse de café dans la main gauche, et la droite sur le point de partir en direction de la corbeille à pain, lorsque mon sens de survie s'est subitement mis sur le qui-vive : Attends Perez ! Mes yeux réclamèrent innocemment aux personnes présentes à quoi servait cette mixture. Gentiment et avec le sourire, ils me firent des signes m'expliquant que c'était pour mettre sur la salade. Tout en leur rendant le sourire, les remerciant et les rendant complices de mon ignorance, et sentant mon ego grandir en moi - Bien, Perez, comme t'as assuré. T'as failli faire une connerie, mais tu t'en es sorti - j'ai versé tout le breuvage de la tasse à café dans mon assiette, reposant ensuite l'objet vide sur la table. Concentré pour ne pas verser une goutte sur la nappe en réalisant l'opération de mouiller toute la salade avec le susdit liquide, je ne me suis pas rendu compte de l'effet réel qu'avait provoqué mon acte. Au moment où j'ai perçu le silence accablant qui s'était installé à table, l'amphitryon avait déjà pris la tasse et se retirait en direction de la cuisine. Au début, j'ai compris qu'il s'était passé quelque chose, mais quoi ? Oh, surprise, lorsque je le vois revenir avec la tasse à nouveau pleine.
La substance faisait le tour de la table, passant de mains en mains après que mes compagnons de soirée mettaient au maximum 2 ou 3 cuillerées à café sur leurs salades vertes. Mon ego s'est effondré, j'avais relâché mon attention par vanité et la réalité de mon ignorance dans l'art de la table m'avait décroché un direct dans la mâchoire. Me délectant du triomphe d'une bataille, j'ai perdu la guerre.
Ils ont dû se demander d'où sortait ce sauvage. Ils ont dû sentir ce mélange de pitié, de peur et de haine, comme cette fois où, dans les jardins de la maison de Saint-Exupéry, lors d'un évènement proposant une rencontre avec l'Argentine, j'ai vu comment un Gaulois originaire faisait un barbecue avec des flammes de deux mètres de haut.
Les chocs de civilisations sont durs. Pour les éviter, il faut être vigilant. Bien qu'être très attentif, c'est toujours trop peu.
Mais que font les États pour apporter une solution à cette problématique sociale ? En France, ils obligent les étrangers à prendre des cours d'instruction civique pour leur apprendre des valeurs républicaines que personne ne respecte. C'est ainsi que j'ai appris le pourquoi des couleurs du drapeau français (curieusement, le blanc représente la monarchie, est-ce que quelqu'un peut m'éclaircir cela ?), l'existence des droits de l'homme (bien qu'il existe des différences dans le concept d'homme. Ex. : les Rom ou gitans, ce sont des hommes ?), la division politique de l'Auvergne et, entre autres choses que j'ai évidemment déjà oubliées, on m'a présenté la Marianne, cette femme qui représente la liberté, celle qui porte le bonnet phrygien, lève le drapeau dans sa main droite et dirige le peuple vers la libération, les seins à l'air. Sur ce point, je dois avouer le haut degré d'envie que j'ai envers les Français. Nous avons Maradona, Perón, Evita, la meilleure viande du monde, le mate, le dulce de leche, nous pouvons croire être les meilleurs en n'importe quoi, mais une nana qui "avance le torse" pour obtenir la liberté du pays : ça, nous n'avons pas.
Alors que l'État français me désabêtissait et essayait de faire de moi un homme utile pour la société, les journaux montraient comment un tas de clowns humiliaient, insultaient et sodomisaient une société endormie, et d'autres êtres mutilés du cerveau et du coeur applaudissaient avec ferveur le roi clown.
Ma pauvre petite tête d'adolescent éternel n'arrivait pas à comprendre et imaginait la Marianne perdue dans les rues de la ville, seule, dépitée, ses nichons en offrande au monde sans que personne ne les regarde, ni concupiscent ni curieux, car ils n'ont d'yeux que pour leurs écrans hypnotiseurs.



Quizás hoy, que ya terminé mi instrucción cívica, alguien se pregunta si no hubiera sido mejor enseñarme a preparar la vinagreta.


Peut-être qu'aujourd'hui, maintenant que j'ai terminé mon instruction civique, quelqu'un se demande s'il n'aurait pas mieux valu m'apprendre à préparer la vinaigrette.

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Una de las cosas que intenté comprender cuando llegué a Francia, aparte del idioma, fue su política. El armar un croquis de la vida política francesa no me fue fácil. Mis conocimientos de la división de fuerzas políticas proveniente de mi experiencia Argentina y mi opinión, no muy favorable, sobre los políticos, no ayudaron en nada.
A continuación paso a dar mi visión sobre el tema. Tengan en cuenta que desde chico sufro miopía.

Al estar como presidente y poder ver sus políticas de gobierno, Sarkozy y sus secuaces eran muy fáciles de ubicar. Tipos de derecha que aman el dinero y el poder.
Más a la derecha el Frente Nacional con Le Pen. Xenófobos que le echan la culpa de todos los males franceses a la Unión Europea y a los extranjeros, defensores de la tradición de la baguette y el queso, la familia normal con mamá y papá - nada de cosas raras - y la patria, ese objeto que cada cual lo define como se les canta las pelotas y que sirve para hacer las estupideces más grandes posibles por un humano.
Hasta acá venía simple.
Pero cuando comencé a mirar hacia la izquierda francesa se me empezó a complicar.
Están los verdes o ecologistas que, por un lado, podemos encontrar a viejos militantes luchadores con una clara tendencia a la izquierda y hasta un poco anarquistas, pero también, al mismo tiempo, hay tipos como Nicolas Hulot que tiene una fundación bancada, entre otros, por L'oreal (La empresa de la señora Bettencourt, que se olvidó en su declaración de impuestos agregar una isla de su propiedad: ¡Uy, puta, me olvidé que la tenía!), TF1 (Un canal de televisión que podríamos definir : "no muy cultural"), EDF (Una empresa de electricidad), y Vinci (Una empresa constructora a gran escala que entre otras cosas construye autopistas, a las cuales después gerencia, y aeropuertos). ¿Podríamos decir que estos son capitalistas de izquierda? ¿O ecologistas de derecha? ¿O capitalistas con un alto grado de culpabilidad? ¿O simplemente una manga de hijos de putas sin vergüenza?
Después están los claros grupos de izquierda o extrema izquierda. Veteranos militantes, restos de alguna buena época, que no pierden el sueño de lograr la utopía de la revolución del pueblo para el pueblo o nuevas olas de lectores del Manifiesto del Partido Comunista aggiornados al siglo XXI. Así tenemos al clásico Partido Comunista, al Nuevo Partido Anticapitalista, al Partido de Izquierda y una larga lista de pequeños partidos del estilo.
Pero el más difícil de entender es el Partido Socialista. Dicen que son de izquierda. Una izquierda moderada, no extrema, pero de izquierda. Pero cuando empecé mi investigación sobre el tema, el candidato presidencial era Strauss-Kahn. Conocido actualmente por su pequeño vicio de querer empernar a todas las mujeres que se le cruzan, logrando su objetivo a través de la seducción, del dinero o de la fuerza.
Golpeó duramente a la sociedad francesa el tomar conocimiento público de esta debilidad. No podían comprenderlo, ni digerirlo. Pero a mí no me llamó la atención, ya que el señor tenía la costumbre de empernar países enteros a través de las recetas neoliberales impuestas por el Fondo Monetario Internacional del cuál él era el presidente en ese momento. Lo que sí me llamaba muchísimo la atención es que el capo del FMI se presentara como candidato a presidente del partido político de izquierda más grande de Francia.
Hasta ahora nadie pudo darme una respuesta que me satisfaga.
Después de la ruidosa caída de Strauss-Kahn, la posta la tomó Hollande, presentándose como un presidente normal. Cosa que muchos quisieron entender como que el tipo iba a ser uno de los nuestros. Que Francia iba a volver a ser ese país de las mejoras sociales, del estado de bienestar. Pero a partir de que asumió como presidente, sus políticas gubernamentales desmintieron esta teoría, generando, en general, un gran desconsuelo. Pero el tipo nunca mintió. Dijo que iba a ser un presidente normal. Es decir, que nos iba a cagar, que iba a beneficiar a los grandes propietarios, a las financieras, iba a reducir los presupuestos de cultura, educación y salud, que iba a continuar haciendo guerras, etc.
Durante la campaña presidencial del 2012 en Francia me surgió en un sueño este dibujo:

Une des choses que j’ai essayé de comprendre lorsque je suis arrivé en France, à part la langue, fut la politique de ce pays. Il ne me fut pas facile de dresser un croquis de la vie politique française. Mes connaissances sur la division des forces politiques provenant de mon expérience argentine et mon appréciation, pas très favorable, des hommes politiques, n’ont pas du tout aidé.
Je vais ci-dessous donner mon point de vue sur le sujet. Tenez compte du fait que depuis que je suis petit, je souffre de myopie.

Comme il était président et comme on pouvait voir ses politiques gouvernementales, Sarkozy et ses complices étaient très faciles à cerner. Des types de droite qui aiment l’argent et le pouvoir.
Encore plus à droite, le Front National avec Le Pen. Des xénophobes qui rejettent la faute de tous les maux français sur l’Union européenne et sur les étrangers, défenseurs de la tradition de la baguette et du fromage, de la famille normale avec une maman et un papa – pas de choses bizarres – et de la patrie, cet objet que chacun définit comme ça le chante et qui sert à faire commettre les stupidités les plus grandes aux humains.
Jusque-là, c’était simple.
Mais quand j’ai commencé à regarder du côté de la gauche française, les choses se sont mises à se compliquer. Il y a les Verts ou Ecolos où, d’un côté, l’on peut trouver de vieux militants qui luttent avec une nette tendance à gauche, et même un peu anarchiste, mais aussi, en même temps, des types comme Nicolas Hulot qui ont une fondation soutenue entre autres par L’Oréal (l’entreprise de Madame Bettencourt, qui a oublié dans sa déclaration d’impôt d’ajouter une île qui lui appartient : Oh, putain, j’ai oublié que je l’avais !), TF1, EDF, et VINC. Pourrions-nous dire que ce sont des capitalistes de gauche ? Ou des écologistes de droite ? Ou des capitalistes avec un haut degré de culpabilité ? Ou simplement une bande de fils de pute sans vergogne ?
Ensuite, il y a les groupes clairement de gauche ou d’extrême gauche. Des vétérans militants, restes d’une bonne époque, qui ne perdent pas leur rêve d’atteindre l’utopie de la révolution du peuple pour le peuple, ou de nouvelles vagues de lecteurs du Manifeste du Parti Communiste, au goût du jour du XXIe siècle. Nous avons ainsi le Parti Communiste, le Nouveau Parti Anticapitaliste, le Parti de Gauche et une longue liste de petits partis dans le style.
Mais le plus difficile à comprendre, c’est le Parti Socialiste. Ils se disent de gauche. Une gauche modérée, pas extrême, mais de gauche. Mais quand j’ai commencé mon enquête sur ce sujet, le candidat à la présidence était Strauss-Kahn. Actuellement connu pour son petit vice de vouloir baiser toutes les femmes qu’il croise, atteignant son objectif par la séduction, l’argent ou la force.
La société française a reçu un sacré coup en apprenant cette faiblesse. Elle n’arrivait pas à comprendre cela, ni à le digérer. Mais moi, ça ne m’a pas étonné puisque ce monsieur avait l’habitude de baiser des pays entiers au moyen des recettes néolibérales imposées par le Fonds Monétaire International qu’il présidait à ce moment-là. En revanche, ce qui attirait mon attention était que le numéro un du FMI se présente comme candidat à la présidence du plus grand parti politique de gauche de France.
Jusqu’à présent, personne n’a pu me donner une réponse qui me satisfasse.
Après la chute bruyante de Strauss-Kahn, Hollande a pris le relais, se présentant comme un président normal. Beaucoup ont voulu comprendre par là que le type allait être un des nôtres. Que la France allait redevenir ce pays des avancées sociales, de l’État-providence. Mais à partir du moment où il a pris ses fonctions de président, ses politiques gouvernementales ont démenti cette théorie, provoquant, en général, une grande déception. Mais ce type n’a jamais menti. Il a dit qu’il allait être un président normal. C’est-à-dire, qu’il allait nous baiser, qu’il allait favoriser les grands propriétaires, les sociétés financières, qu’il allait réduire les budgets de la culture, de l’éducation et de la santé, qu’il allait continuer à faire des guerres, etc.
Pendant la campagne présidentielle de 2012 en France, ce dessin m’est apparu en rêve :


Ahora, en el 2013, después de una pesadilla, la actualización:


Maintenant en 2013, après un cauchemar, la mise à jour :

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Durante la última dictadura militar en la Argentina mi vieja vivió cagada en las patas.
Había empezado a militar en el peronismo en los años '60 junto a quién sería mi padre y ambos fueron dirigentes importantes en la militancia estudiantil de Bahía Blanca. Como fans adolescentes de un grupo de rock, servicios de inteligencia del ejército y la policía coleccionaban fotos y datos de ellos.
A causa de mi aparición en sus vidas y la de ciertos personajes oscuros en la política, la militancia la fueron dejando de lado. Pero ya tenían un lindo prontuario.

A partir del 24 de marzo de 1976, por miedo, dejamos de ser nosotros. Ella usaba el apellido de su segundo marido, ya que mi padre había muerto en un accidente en el '72, y yo pasé a ser el hijo del doctor.
Era pibe y, a pesar de que sentía que algo no estaba bien, no era consciente de la realidad. Así que ayudé mucho a que mi pobre viejecita sufriera más.
En esa época, yendo por la calle, siempre cruzabas algún camión del ejército lleno de colimbas. Y cuando los veía empezaba a los gritos: - Mirá, mamá: los soldados, mientras miraba maravillado los cascos y las armas. Entiendan, todavía no existían las Playstations y en la tele pasaban Tarzán, Los tres chiflados, Meteoro y Astroboy. Nada de Rambos ni Terminators. Mi vieja, que no quería llamar la atención de ninguna manera y menos frente a los milicos, me pateaba, pellizcaba o tiraba del pelo para que cerrara mi bocaza, lo cual generaba más escándalo de mi parte.
Recuerdo muy bien cuando los muchachos de verde cayeron al barrio a buscar a un vecino. Mi vieja se puso pálida. Bajó las persianas y con las luces apagadas empezó a espiar por un hueco de la ventana de nuestro departamento ubicado en un cuarto piso.
Obviamente yo quise espiar también pero me fletó. Rompí las pelotas hasta que me dejó a condición de mantenerme calladito y quietito.
Desde mi posición de arrodillado en la trinchera hogareña pude ver cómo iluminaban a Domínguez, un vecino del edificio de enfrente que estaba pintando en su departamento subido a una escalera con todas las ventanas abiertas, y escuchar cómo le ordenaban que se metiera adentro. También pude ver cómo entraban a otro departamento, daban unas vueltas y, un rato después, salían sin nadie y se iban. Nunca obtuve respuesta al preguntar qué pasaba. Sólo un simple "nada, nada" no muy convincente.
Años más tarde recordando con mis amigos esa noche, me enteré que se habían equivocado de departamento y que el vecino buscado, el Loco López, se había escabullido milagrosamente. Sólo habían logrado despertar a uno que estaba durmiendo una siesta.
Los domingos de invierno cuando había sol, mi vieja daba una serie de órdenes y salíamos disparando a dar una vuelta en el Falcon modelo '65. No importaba por dónde. Sólo importaba que hubiera sol. Así fue que, paseando en coche por el centro de Buenos Aires, pasamos frente al Congreso, un enorme y bonito edificio como todos los parlamentos del mundo, donde pregunté:
- Ma, ¿qué es este edificio?
- El Congreso.
Y la frase matadora: - ¿Para qué sirve?
Se miraron con mi viejo. Improvisaron alguna explicación sin mucho sentido. Yo dije que no entendía e inmediatamente pegamos media vuelta y volvimos a casa sin decir nada más. Les nublé el domingo de sol.
Pero la más dura fue aquella vez que orgulloso fui a contarle a mi madre la decisión que había tomado para mi futuro. Los chicos de mi edad generalmente decían que querían ser policías, o bomberos, o astronautas, cuando fueran grandes. Yo había hecho un análisis profundo de la historia argentina a partir de lo que me dijeron en la escuela y de lo que había chusmeado en los libros que habían en la biblioteca de casa. Muchos hombres importantes, que dirigieron o hicieron grandes cosas por el país, fueron militares: Avellaneda, Roca, Rivadavia. El más importante: el General San Martín. Había otro que iba a volver en cualquier momento según decían las pintadas en la pared: el General Perón. Y estaba el que era presidente en ese momento: el General Videla (No puedo reprimir la sensación de asco y odio cuando escribo su nombre). Lo tenía decidido y se lo conté:
- Mamá, cuando sea grande quiero ser militar.
Mi vieja me miró asombrada, con la boca abierta después de pronunciar un "¿Por qué?" angustiado.
- Por que quiero ser Presidente de la Argentina.
Después de llorar, tomarse una botella de whisky y bajarse una caja de pastillas de no se qué medicamento, se sentó frente a mí y empezó a explicarme detalladamente todo eso de lo que me habían hablado en la escuela y que nunca había entendido (Claro, ¿cómo iba a entender "votar", "poder legislativo", "diputados", "senadores", si no existían? Es como cuando quisieron explicarme lo de Dios) y a contarme, en versión light, qué sucedía en el país. Algo que tenía que ser un secreto entre nosotros y que no debía contarle a nadie.
Durante mi último año en la primaria empezó la campaña política para la elección de la cuál saldría electo presidente Raúl Alfonsín y que marcaría la vuelta a la democracia. Salía a las 5 de la tarde de la escuela, cruzaba la avenida Mitre y ahí, en la plaza de Avellaneda, estaban las mesas de todos los partidos políticos. La gente se paraba para preguntar, discutir, opinar. Con mis compañeros mangueábamos las calcomanías de los diferentes partidos que después pegábamos en nuestras carpetas. Peleábamos entre nosotros para ver que fuerza política iba a ganar, como si estuviéramos hablando de un partido de fútbol.
Se sentía como si fuera la primavera. Estábamos contentos. Teníamos ilusiones.
Después nos dimos cuenta, aunque queramos engañarnos, que todo es una mentira. Como cuando ves una postal de algún lugar turístico, hermoso, con playas blancas, llenas de sol y de chicas lindas en malla. Y decidís tomar tus próximas vacaciones en ese paraíso. Pero cuando llegás es una ciudad enorme donde es imposible estacionarse, lleno de turistas, las playas abarrotadas de basura, todo es carísimo, el agua del mar es fría, el banderín del guardavidas siempre indica que está prohibido bañarse porque el mar está peligroso y, además, llueve.
Muchos dijeron, y dicen, de volver a la dictadura porque "estábamos mejor", o "acá hace falta mano dura". Otros, especialmente los políticos, empezaron con el discurso de que la democracia quizás no es el mejor sistema, pero es lo menos malo. Y así fue como empezamos a votar, no a lo que nos representa, ya que no existe, si no a lo que aparenta ser lo menos perjudicial.
Al principio pensé que era otro mal que aquejaba a mi país, pero viviendo en Francia me di cuenta que se sufre en otras partes también. En Argentina, aunque el gobierno se jacte de haber sido votado por el 54%, muchos votaron a Cristina para que no gane Duhalde. En Francia se votó a Hollande para que no gane Sarkozy. En EEUU, se prefirió a Obama antes que a Romney. Se podría decir que en Argentina vivimos como en el primer mundo: jodidos.
Hemos llegado a la situación de que en países, como España o Grecia, que están en crisis, se vote a la derecha para que dirijan los destinos del país. Yo me pregunto, y no logro responderme, ¿cómo es posible que, ante el problema de que desaparecen las ovejas, se pueda elegir como remedio poner al lobo para cuidarlas?

Si nos fijamos en la Real Academia Española podemos encontrar que democracia, del griego δημοκρατία, femenino, es una doctrina política favorable a la intervención del pueblo en el gobierno o el predominio del pueblo en el gobierno político de un Estado. Que surge de la combinación de las palabras griegas - continuando con la calificada definición de la RAE - demo, que significa "pueblo", y kratos que indica "dominio" o "poder".
Todos sabemos que en la Antigua Grecia el concepto de pueblo no era el mismo. Pero que, felizmente, la actual definición de pueblo, que viene del latín popŭlus, es, entre otras, conjunto de personas de un lugar, región o país. O también, gente común y humilde de una población.
Ahora, ¿el concepto de democracia se ha modernizado o sigue la versión 1.0 de la Antigua Grecia?
Todo esto fue una introducción para darle lugar a un dibujo que expresa mi opinión del sistema democrático al cual venden como representativo:
Pendant la dernière dictature militaire en Argentine, ma mère a vécu la trouille au ventre.
Elle avait commencé à militer dans le péronisme dans les années 60 aux côtés de celui qui deviendrait mon père, et tous deux furent des dirigeants importants du militantisme étudiant de Bahía Blanca. Tels des adolescents fans d’un groupe de rock, les services d’intelligence de l’armée et la police collectionnaient des photos et des renseignements sur eux.
À cause de mon apparition dans leurs vies et de celle de certains personnages obscurs dans la politique, ils ont peu à peu laissé le militantisme de côté. Mais ils étaient déjà joliment fichés.

À partir du 24 mars 1976, par peur, nous avons arrêté d’être nous. Elle utilisait le nom de son deuxième mari, car mon père était mort dans un accident en 72, et moi, je suis devenu le fils du docteur.
J’étais gamin et, même si je sentais que quelque chose n’allait pas bien, je n’avais pas conscience de la réalité. Ainsi, j’ai beaucoup aidé à ce que ma pauvre petite mère souffre encore plus.
À cette époque, quand on marchait dans la rue, on croisait toujours quelque camion de l’armée plein de bidasses. Et quand je les voyais, je me mettais à crier : - Regarde maman, les soldats !, tout en regardant émerveillé les casques et les armes. Comprenez, les PlayStations n’existaient pas encore et à la télé, ils passaient Tarzan, Les trois Stooges, Speed Racer et Astro Boy. Pas de Rambos ni de Terminators. Ma mère, qui ne voulait en aucun cas attirer l’attention et encore moins celle des militaires, me donnait des coups de pieds, me pinçait ou me tirait les cheveux pour que je ferme la bouche, ce qui ne faisait qu’amplifier mon scandale.
Je me rappelle très bien le soir où les gars en vert ont débarqué dans le quartier pour chercher un voisin. Ma mère a pâli. Elle a baissé les stores et, lumières éteintes, a commencé à épier par un trou de la fenêtre de notre appartement situé au quatrième étage.
Bien sûr, moi aussi j’ai voulu épier, mais elle m’a viré. Je lui ai cassé les couilles jusqu’à ce qu’elle me laisse, mais à la condition de me taire et de ne pas bouger.
Depuis ma position, agenouillé dans la tranchée du foyer, j’ai pu voir comment ils braquaient les lumières sur Domínguez, un voisin du bâtiment d’en face qui était en train de peindre son appartement en haut d’un escabeau toutes fenêtres ouvertes, et les écouter lui donner l’ordre de se rentrer. J’ai également pu voir comment ils entraient dans un autre appartement, faisaient un tour et, un peu plus tard, en ressortaient sans personne et s’en allaient. Je n’ai jamais reçu de réponse lorsque je demandais ce qui se passait. Juste un simple « Rien, rien » pas très convaincant.
Des années plus tard, remémorant cette soirée avec des amis, j’ai appris qu’ils s’étaient trompés d’appartement et que le voisin recherché, López « le Fou », s’était miraculeusement éclipsé. Ils avaient seulement réussi à réveiller un homme qui faisait la sieste.
Les dimanches d’hiver ensoleillés, ma mère donnait une série d’ordres et nous sortions dare-dare faire un tour dans la Falcon modèle 65. Peu importait où. La seule chose qui importait, c’est qu’il y avait du soleil. C’est ainsi que, nous promenant en voiture dans le centre de Buenos Aires, nous sommes passés en face du Congreso (palais du Congrès), bâtiment énorme et beau comme tous les parlements du monde, où j’ai demandé :
- M’an, c’est quoi ce bâtiment ?
- Le Congreso.
Et la phrase qui tue : - Ça sert à quoi ?
Mes vieux se sont regardés. Ils ont improvisé une explication sans trop de sens. J’ai dit que je ne comprenais pas et nous avons immédiatement fait demi-tour et sommes rentrés à la maison sans rien dire de plus. J’ai assombri leur dimanche ensoleillé.
Mais le coup le plus dur, ce fut cette fois où, tout fier, j’ai annoncé à ma mère la décision que j’avais prise pour mon avenir. Les garçons de mon âge disaient en général qu’ils voulaient devenir policiers, ou pompiers, ou astronautes quand ils seraient grands. Moi, j’avais fait une analyse profonde de l’histoire argentine à partir de ce qu’on m’avait dit à l’école et de ce que j’avais zieuté dans les livres qu’il y avait dans la bibliothèque de la maison. De nombreux hommes importants, qui dirigèrent ou firent de grandes choses pour le pays, furent militaires : Avellaneda, Roca, Rivadavia. Le plus important : le Général San Martín. Il y en avait un autre qui allait revenir à tout moment, selon ce que disaient les graffitis sur les murs : le Général Perón. Il y avait aussi celui qui était président à cette époque-là : le Général Videla (je ne peux retenir cette sensation de dégoût et de haine lorsque j’écris son nom). C’était décidé et je le lui ai dit :
- Maman, quand je serai grand, je veux être militaire.
Ma mère m’a regardé, stupéfaite, restant bouche bée après avoir prononcé un « Pourquoi ? » angoissé.
- Parce que je veux être Président d’Argentine.
Après voir pleuré, descendu une bouteille de whisky et avalé une boîte de je ne sais quels cachets, elle s’est assise face à moi et a commencé à m’expliquer en détail tout ce dont on m’avait parlé à l’école et que je n’avais jamais compris (évidemment, comment allais-je comprendre « voter », « pouvoir législatif », « députés », « sénateurs », puisque ça n’existait pas ? C’est comme quand on a voulu m’expliquer cette histoire de Dieu) et à me raconter, en version light, ce qui était en train d’arriver au pays. Quelque chose qui devait rester secret entre nous et que je ne devais raconter à personne.
Pendant ma dernière année d’école primaire, a commencé la campagne politique pour l’élection de celui qui allait être élu président, Raúl Alfonsín, et qui allait marquer le retour à la démocratie. Je sortais de l’école à 17 h, je traversais l’avenue Mitre et là, sur la place d’Avellaneda, se trouvaient les stands de tous les partis politiques. Les gens s’arrêtaient pour poser des questions, discuter, donner leur avis. Avec mes camarades, on quémandait les autocollants des différents partis qu’on collait ensuite sur nos classeurs. On se chamaillait pour voir quelle force politique allait gagner, comme si on parlait d’un match de foot.
Ça sentait le printemps. Nous étions contents. Nous avions des illusions.
Puis nous nous sommes rendu compte, bien que nous voulions nous cacher la vérité, que tout n’était qu’un mensonge. Comme quand tu vois une carte postale d’un site touristique, beau, avec des plages blanches, pleines de soleil et de jolies filles en maillot de bain. Et que tu décides de prendre tes prochaines vacances dans ce paradis. Mais quand tu arrives, c’est une ville énorme où il est impossible de se garer, pleine de touristes, les plages sont bondées d’ordures, tout est très cher, la mer est froide, le pavillon des surveillants de plage indique toujours que la baignade est interdite parce que la mer est dangereuse et, en plus, il pleut.
Beaucoup ont dit, et disent toujours, qu’il faut revenir à la dictature car « on était mieux », ou « ici, il faut une main dure ». D’autres, particulièrement les hommes politiques, ont commencé le discours selon lequel la démocratie n’est peut-être pas le meilleur système, mais c’est le moins mauvais. Et c’est ainsi que nous avons commencé à voter, pas pour ce qui nous représente, puisque ça n’existe pas, mais pour ce qui nous semble le moins nuisible.
Au début, j’ai pensé que c’était un autre mal qui atteignait mon pays, mais de vivre en France, je me suis rendu compte que d’autres endroits en souffrent également. En Argentine, bien que le gouvernement se vante d’avoir obtenu 54 % des voix, beaucoup ont voté Cristina pour que ce ne soit pas Duhalde qui gagne. En France, on a voté Hollande pour que Sarkozy ne passe pas. Aux États-Unis, on a préféré Obama à Romney. On pourrait dire qu’en Argentine, nous vivons comme dans le premier monde : on est foutus.
Nous sommes arrivés à la situation où dans des pays, comme l’Espagne ou la Grèce, qui sont en crise, on vote à droite pour qu’elle dirige le destin du pays. Je me demande, et je n’arrive pas à me répondre : comment est-il possible que, face au problème de la disparition des brebis, l’on puisse choisir comme antidote de les faire surveiller par le loup ?

Si l’on consulte la Real Academia Española, on trouve que démocratie, du grec δημοκρατία, féminin, est une doctrine politique favorable à l’intervention du peuple dans le gouvernement ou la prédominance du peuple dans le gouvernement politique d’un État. Qui provient de la combinaison des mots grecs – pour continuer avec la définition qualifiée de la RAE - dêmos, qui signifie « peuple », et kratos, « domination » ou « pouvoir ».
Nous savons tous que dans la Grèce antique, le concept de peuple n’était pas le même. Mais que, heureusement, la définition actuelle de peuple, qui vient du latin popŭlus, est, entre autres, l’ensemble des personnes d’un lieu, région ou pays. Ou bien, les personnes ordinaires et humbles d’une population.
Alors, le concept de démocratie s’est-il modernisé ou bien la version 1.0 de la Grèce antique est-elle toujours en vigueur ?
Tout ceci fut une introduction pour faire place à un dessin qui exprime mon opinion sur le système démocratique qu’on nous vend comme représentatif :